RELACIÓN ENTRE LA SOTERIOLOGÍA Y LOS ASUNTOS PRECEDENTES
La Soteriología trata de la participación de las bendiciones de
salvación al pecador y de su restauración al favor divino y a la vida en íntima
comunión con Dios. Presupone el conocimiento de Dios como la fuente todo
suficiente de la vida, la fuerza y la felicidad de la humanidad, y presupone
también la notoria dependencia del hombre respecto de Dios tanto en el presente
como en el futuro.
Puesto que trata de la restauración, redención y renovación,
puede entenderse en forma adecuada nada más cuando se le contempla a la luz de
la condición original del hombre según fue creado a la imagen de Dios, y de la subsiguiente
perturbación de las relaciones adecuadas entre el hombre y su Dios debido a la entrada
del pecado en el mundo. Además, puesto que la Soteriología trata de la
salvación del pecador, salvación que depende de Dios por completo y que es
conocida por El desde toda la eternidad, lleva, como es natural, nuestros
pensamientos retrospectivamente hasta el consejo eterno de paz y el pacto de
gracia, en los cuales fue hecha provisión para la redención de los hombres
caídos.
Procede la Soteriología sobre la hipótesis de la obra completa
de Cristo como el Mediador de la redención. Hay la más estrecha relación
posible entre la Cristología y la Soteriología. Algunos, como por ejemplo,
Hodge, tratan de las dos bajo el título común de "Soteriología". La
Cristología entonces se convierte en objetiva, como para distinguirla de lo
subjetivo, es decir, la Soteriología. Al definir el contenido de la Soteriología
es mejor decir que trata de la aplicación de la obra de redención que decir que
trata de la apropiación de la salvación. El asunto debe estudiarse desde el
punto de vista teológico más bien que desde el antropológico.
La obra de Dios, más bien que la obra del hombre, está al frente
con toda claridad. Pope objeta el uso de la primera expresión, "aplicación
de la obra de redención" puesto que al usarla "estamos en peligro de
caer en el error predestinacionista que da por hecho que la obra cumplida de
Cristo se aplica a los individuos según el propósito firme de una elección de
gracia". Esta es la verdadera razón por la que un calvinista prefiere el
uso de este término.
No obstante, para hacer justicia a Pope debe añadirse que él
también objeta a la otra expresión, "apropiación de la salvación", porque
tiende al otro extremo que resulta ser pelagiano convirtiendo en demasiado
obvia la provisión expiatoria de Cristo como asunto individual de libre
aceptación o de libre rechazamiento". Pope prefiere hablar de "la
administración de la redención" lo cual es en verdad un término muy bueno.
EL ORDO SALUTIS (ORDEN DE SALVACIÓN)
Los alemanes hablan de "Heilsaneignung", los
holandeses de "Heilsweg" y "Orde des Heils", y los ingleses
del "Way of Salvation". El ordo salutis describe el proceso por medio
del cual la obra de salvación, producida en Cristo, se cumple en forma
subjetiva en los corazones y vidas de los pecadores. La expresión ordo salutis
aspira a describir en su orden lógico, y también en sus interrelaciones, los
varios movimientos del Espíritu Santo en la aplicación de la obra de redención.
El énfasis no se pone en lo que el hombre hace al apropiarse la grada de Dios,
sino en lo que Dios hace al aplicar esa obra. Resulta muy natural que los
pelagianos pongan objeción a este concepto.
El deseo de simplificar el ordo salutis conduce a menudo a
limitaciones infundadas. Weizsaecker incluirá en él nada más las operaciones
del Espíritu Santo producidas en el corazón del hombre y sostiene que ni el
llamamiento ni la justificación pueden incluirse adecuadamente bajo esta
categoría. Kaftan, el dogmático ritschiliano más prominente, opina que el ordo
salutis tradicional no constituye una unidad interna y que por lo mismo debe
ser disuelto. Trata del llamamiento bajo el encabezado de la palabra
considerada como medio de gracia; de la regeneración, justificación y unión
mística bajo el encabezado de la obra redentora de Cristo; y relega la conversión
y la santificación al dominio de la ética cristiana. El resultado es que sólo
la fe queda, y ésta constituye el ordo salutis.
Según Kaftan el ordo salutis debe incluir nada más aquello que
se requiere de parte del hombre para la salvación, y esto es la fe, la fe sola,
un concepto por completo antropológico que probablemente encuentra su
explicación en el énfasis tremendo de la teología luterana sobre la fe activa.
Cuando hablamos de un ordo salutis, no olvidamos que la obra de
aplicar la gracia de Dios al individuo pecador es un proceso unitario; pero
acentuamos sólo el hecho de que se pueden distinguir en el proceso varios
movimientos, que la obra de aplicar la redención continúa en un orden definido
y razonable y que Dios no imparte la plenitud de su salvación al pecador en un
solo acto. Si lo hubiera hecho así, la obra de redención no habría llegado al
conocimiento de los hijos de Dios en todos sus aspectos y en toda su plenitud divina.
Tampoco perdemos de vista el hecho de que con frecuencia usamos
los términos empleados para describir los varios movimientos, en un sentido más
limitado que aquel en que lo hace la Biblia.
Puede surgir la pregunta de si la Biblia indica alguna vez un
ordo salutis definido. La respuesta a esa pregunta es que, aunque no nos
proporciona en forma explícita un orden completo de salvación, nos ofrece una
base suficiente para semejante orden. La aproximación más avanzada que se
encuentra en la Escritura a todo lo que puede parecer un ordo salutis, es la
declaración de Pablo en Rom. 8: 29, 30.
Algunos de los teólogos luteranos fundaron su enumeración de los
diversos movimientos en la aplicación de la redención, en forma más bien
artificial, sobre Hech. 26: 17, 18. Pero aunque la Biblia no nos da un definido
ordo salutis, hace dos cosas que nos capacitan para construir ese orden.
1. Nos proporciona una enumeración muy abundante y rica de las
operaciones del Espíritu Santo para aplicarnos la obra de Cristo a los
individuos pecadores, y de las bendiciones de la salvación impartida a ellos.
Al hacer esto no siempre usa la Biblia los mismos términos empleados en la
dogmática, sino con frecuencia recurre al uso de otros nombres y otras figuras
de retórica. Además, con frecuencia
emplea términos que no han adquirido un significado muy exacto en dogmática,
dándoles un sentido mucho más amplio. Palabras como regeneración, llamamiento, conversión
y renovación sirven repetidas veces para designar el cambio completo que se
obra en la vida íntima del hombre.
2. La Biblia indica en muchos pasajes y de varios modos la
relación en la cual permanecen entre sí los diferentes movimientos de la obra
de redención. Enseña que somos justificados por medio de la fe y no por las
obras, Rom. 3 : 30; 5 : 1 ; Gál. 2 : 16-20; que siendo justificados, tenemos
paz con Dios y comunión con El, Rom. 5 : 1, 2 ; que hemos sido libertados del
pecado para convertirnos en siervos de la justicia y para cosechar los frutos
de la santificación, Rom. 6 : 18, 22 ; que cuando somos adoptados como hijos
recibimos el Espíritu que nos da seguridad, y también nos convertimos en
coherederos con Cristo, Rom. 8 : 15-17 ; Gál. 4 : 4, 5, 6; que la fe viene por
el oír la Palabra de Dios, Rom. 10: 17; que la muerte hacia la ley resulta en
vida para con Dios, Gál. 2: 19, 20; que cuando creemos somos sellados con el Espíritu
de Dios, Ef. 1 : 13, 14; que es necesario que andemos como es digno del llamamiento
con que somos llamados, Ef. 4: 1, 2 que habiendo obtenido la justicia de Dios
por medio de la fe participamos de los sufrimientos de Cristo, y también del poder
de su resurrección, Fil. 3: 9, 10; y de que somos engendrados de nuevo por medio
de la Palabra de Dios, I Ped. 1: 23.
Estos y los pasajes parecidos indican la relación de los
diversos movimientos de la obra redentora entre sí, y de esta manera nos
proporciona una base para la construcción de un ordo salutis.
Atendiendo al hecho de que la Biblia no especifica el orden
exacto que se emplea en la aplicación de la obra de redención hay, como es
natural, muy considerable lugar para opiniones diferentes. De hecho las
Iglesias no están todas de acuerdo en cuanto al ordo salutis. La doctrina del
orden de salvación es un fruto de la Reforma. Con dificultad se encuentra
cualquiera cosa que se le parezca en las obras de los escolásticos.
En la teología de la pre-Reforma se hace escasa justicia a la
soteriología en general. No constituye un asunto separado, y sus partes
constituyentes se discuten bajo otros nombres, más o menos como si fueran
disjecta membra. Hasta los más grandes filósofos de la Edad Media, por ejemplo,
Pedro Lombardo y Tomás de Aquino pasan inmediatamente de la discusión de la encarnación
a la de la Iglesia y los sacramentos. Lo que se podría llamar su soteriología consiste
nada más de dos capítulos, de Fide et de Poenitentia. Las bona opera también recibieron
considerable atención.
Puesto que el protestantismo tuvo su punto de partida en la
crítica y desajuste de los conceptos católico romanos sobre la fe, el
arrepentimiento y las buenas obras, resultaba natural que el interés de los
Reformadores encontrara su centro en el origen y el desarrollo de la vida nueva
en Cristo. Calvino fue el primero en agrupar las varias partes del orden de
salvación en una forma sistemática, pero hasta esta representación suya, dice
Kuyper, es más bien subjetiva, puesto que acentúa formalmente la actividad
humana más bien que la divina.
Los teólogos Reformados posteriores corrigieron este defecto.
Las explicaciones siguientes acerca del orden de salvación reflejan los
conceptos fundamentales del camino de salvación tal como caracterizan a las
diversas iglesias desde el tiempo de la Reforma.
EL CONCEPTO REFORMADO
Desarrollándose sobre la hipótesis de que la condición
espiritual del hombre depende de su estado, es decir, de su relación con la
ley; y de que sólo sobre la base de la justicia de Jesucristo, imputada al
pecador, puede éste ser librado de la corrupción y la influencia destructiva
del pecado, la soteriología Reformada toma su punto de partida en la unión establecida
en el pactum salutis entre Cristo y aquellos que el Padre le ha dado, en virtud
de lo cual hay una imputación eterna de la justicia de Cristo a los que son
suyos.
En atención a esta precedencia de lo legal sobre lo moral,
algunos teólogos, por ejemplo Maccovius, Comrie. A. Kuyper Sr., y A. Kuyper
Jr., comienzan el ordo salutis con la justificación más bien que con la
regeneración. Haciendo esto aplican el nombre "justificación" también
a la imputación ideal de la justicia de Cristo a los elegidos en el consejo
eterno de Dios. El Dr. Kuyper además dice que los Reformados difirieron de los
luteranos en que aquellos enseñan la justificación per justitiam Christi en
tanto que los últimos explican la justificación per fidein como que con ella se
completa la obra de Cristo.
No obstante, la gran mayoría de los teólogos Reformados aunque
presuponen la imputación de la justicia de Cristo en el pactum salutis,
discuten nada más la justificación por la fe en el orden de la salvación, y
como es natural empiezan su discusión relacionándola con, o inmediatamente después
de la fe. Comienzan el ordo salutis con la regeneración o con el llamamiento, y
de esta manera acentúan el hecho de que la aplicación de la obra redentora de
Cristo es desde el principio una obra de Dios.
A esto le sigue una discusión acerca de la conversión, en la cual
la obra de la regeneración penetra a la vida consciente del pecador y este se
vuelve a Dios, apartándose de su yo, del mundo y de Satanás para volverse a
Dios. La conversión incluye el arrepentimiento y la fe, pero debido a la gran
importancia de esta última, por lo general se le trata por separado. La
discusión acerca de la fe conduce en forma natural a la de la justificación en
la medida en que ésta queda ajustada para nosotros por la fe.
Y en seguida viene a consideración la obra de la santificación
debido a que la justificación coloca al hombre en una nueva relación con Dios,
la cual lleva consigo el don del Espíritu de adopción, y obliga al hombre a una
nueva obediencia y también lo capacita para hacer la voluntad de Dios de todo
corazón. Por último el orden de la salvación termina con la doctrina de la
perseverancia de los santos y su glorificación final.
Bavinck distingue tres grupos en las bendiciones de la
salvación. Comienza por decir que el pecado es culpa, contaminación y miseria,
porque envuelve el quebrantamiento del pacto de obras, una pérdida de la imagen
de Dios y una sujeción al poder de corrupción. Cristo nos libró de estos tres
mediante sus padecimientos, su satisfacción de las demandas de la ley y su
victoria sobre la muerte. En consecuencia, las bendiciones de Cristo consisten
en lo siguiente:
1. El restaura la relación correcta del hombre con Dios y con
todas las criaturas mediante la justificación, incluyendo el perdón de los
pecados la adopción de hijos, la paz con Dios y la libertad gloriosa.
2. Renueva al hombre a la imagen de Dios por medio de la
regeneración, el llamamiento interno, la conversión, la renovación y la
santificación.
3. Preserva al hombre para su herencia eterna, lo libra de los
sufrimientos y de la muerte, y lo pone en posesión de la salvación eterna
mediante la preservación, la perseverancia, y la glorificación.
El primer grupo de bendiciones se nos concede por medio de la
iluminación del Espíritu Santo, lo aceptamos por medio de la fe y pone en
libertad a nuestra conciencia. El segundo grupo se nos imparte por medio de la
obra regeneradora del Espíritu Santo que nos renueva y nos redime del poder del
pecado. Y el tercer grupo fluye hacia nosotros mediante la obra del Espíritu
Santo que nos preserva, nos guía y nos sella como la prenda de nuestra completa
redención; nos libra en cuerpo y alma del dominio de la miseria y de la muerte.
El primer grupo nos da la unción de profetas, el segundo la de sacerdotes y el
tercero la de reyes.
En relación con el primero miramos retrospectivamente a la obra
perfecta de Cristo en la cruz, en donde nuestros pecados fueron expiados; en
relación con el segundo miramos hacia arriba, al cielo, a nuestro viviente
Señor que como Sumo Sacerdote está sentado a la diestra del Padre; y en
relación con el tercero miramos hacia la futura venida de Jesucristo en la que
El sujetará a todos sus enemigos y entregará el reino al Padre.
Hay algunas cosas que deben recordarse en relación con el ordo
salutis, tal como aparecen en la teología Reformada.
1. Algunos de los términos no se usan siempre en el mismo sentido.
El término justificación se limita por lo general a lo que se llama
justificación por la fe, pero se le usa algunas veces para cubrir una justificación
objetiva de los elegidos en la resurrección de Jesucristo, y la imputación de
la justicia de Cristo a los que están en el pactum salutis. Además, la palabra
regeneración, que ahora, por lo general, designa aquel acto de Dios por medio
del cual El imparte el principio de la nueva vida al hombre, se usa también
para designar el nuevo nacimiento o la primera manifestación de la vida nueva,
y en la teología del Siglo XVII con frecuencia ocurre como sinónimo de
conversión y hasta de santificación. Algunos hablan de la justificación como
una conversión pasiva para distinguirla de la conversión propiamente dicha que
entonces se llama a conversión activa.
2. Algunas otras diferencias también merecen atención. Debemos
distinguirla con cuidado entre los actos de Dios judiciales y recreativos. Los
primeros (como la justificación) cambian el estado, y los últimos (como la
regeneración, la conversión), cambian la condición del pecador ; entre la obra
del Espíritu Santo en la subconsciencia (regeneración), y los de la vida
consciente (conversión) ; entre aquellos que pertenecen a la renuncia del
hombre viejo (arrepentimiento, crucifixión del hombre viejo), y aquellos que
constituyen el vestirse del nuevo hombre (regeneración y en parte la
santificación) ; y entre el principio de la aplicación de la obra de redención
(en la regeneración y la conversión propiamente dicha), y la continuación de
esa obra de redención (en la transformación diaria y en la santificación).
3. En relación con los diversos movimientos en la obra de
aplicación debemos recordar que los actos judiciales de Dios constituyen la
base para sus actos recreativos de manera que la justificación aunque no dentro
del tiempo, es no obstante, con toda lógica la primera de todo lo demás ; que
la obra de la gracia de Dios en la subconsciencia precede a la de la vida
consciente, de tal manera que la regeneración precede a la conversión ; y que
los actos judiciales de Dios (la justificación, incluyendo el perdón de los
pecados y la adopción de hijos) siempre se dirigen a la conciencia, en tanto
que, de los actos recreativos uno, es decir, la regeneración tiene lugar en la
vida subconsciente.
EL CONCEPTO LUTERANO
Los luteranos, aunque no niegan las doctrinas de la elección, la
unión mística y la imputación de la justicia de Cristo, no toman su punto de
partida en ningunas de estas. Reconocen plenamente el hecho de que la
realización subjetiva de la obra de redención en los corazones las vidas de los
pecadores es una obra de la gracia divina, pero al mismo tiempo dan una
explicación del ordo salutis que coloca el énfasis principal en lo que se hace a
parte hominis (de parte del hombre) más bien que en lo que se hizo a parte Dei
(de parte de Dios).
Miran en la fe, primero que todo, un don de Dios, pero al mismo
tiempo convierten a la fe en el factor todo determinante de su orden de
salvación, considerándola más particularmente como un principio activo en el
hombre y como una actividad del hombre. Dice Pieper: "Es claro que si el
hombre ha de apropiarse la salvación, eso depende de que se despierte en él la
fe en el Evangelio". Ya hemos
llamado la atención al hecho de que Kaftan considera la fe como el total del
ordo salutis. Este énfasis sobre la fe como un principio activo se debe sin
duda al hecho de que en la Reforma luterana la doctrina de la justificación por
la fe designada con frecuencia como el principio material de la Reforma estaba colocado
muy al frente.
Según Pieper los luteranos parten del hecho de que Dios en
Cristo queda reconciliado con el mundo de la humanidad. Dios anuncia este hecho
al hombre en el evangelio y ofrece colocar al hombre subjetivamente en posición
de aquel perdón de los pecados o justificación que se obró de manera objetiva
en Cristo. Este llamamiento siempre va acompañado con una determinada medida de
iluminación o de avivamiento, de tal manera que el hombre recibe el poder para
no resistir la operación salvadora del Espíritu Santo.
Este llamamiento con frecuencia conduce al arrepentimiento, y
éste desemboca en la regeneración por medio de la cual el Espíritu Santo
capacita al pecador con la gracia salvadora. Ahora bien, todos estos, es decir,
el llamamiento, la iluminación, el arrepentimiento y la regeneración son nada
más preparatorios en realidad, y hablando con precisión todavía no son
bendiciones del pacto de gracia. Se experimentan aparte de una relación
viviente con Cristo y sirven nada más para conducir al pecador a Cristo.
"La regeneración está condicionada por medio de la conducta
del hombre con respecto a la influencia ejercida sobre él", y por tanto
"tendrá lugar de golpe o gradualmente, según sea, mayor o menor, la
resistencia del hombre".214 En la regeneración el hombre queda capacitado
con una fe salvadora mediante la cual se apropia el perdón o la justificación
que objetivamente se nos da en Cristo, es adoptado como un Hijo de Dios, queda
unido a Cristo en unión mística, y recibe el Espíritu de renovación y
santificación, el principio viviente de una vida de obediencia.
La posesión permanente de todas estas bendiciones depende de
continuar en la fe, en una fe activa de parte del hombre. Si el hombre continúa
en creer, tiene paz y gozo, vida y salvación; pero si deja de ejercitar la fe, todo
se convierte en dudas, en incertidumbre y en pérdida. Hay siempre una
posibilidad de que el creyente pierda todo lo que posee.
EL CONCEPTO CATOLICORROMANO
En la teología católico romana la doctrina de la iglesia precede
a la discusión del ordo salutis. Los niños son regenerados por medio del
bautismo, pero aquellos que primero llegan a tomar conocimiento del Evangelio
reciben en su vida posterior una gratia sufficiens, que consiste en una
iluminación de la mente y un fortalecimiento de la voluntad.
El hombre puede resistir esta gracia, pero también puede
aceptarla. Si conviene en ella se convierte en gratia cooperans, con la que el
hombre coopera para prepararse para la justificación. Esta preparación consiste
de siete partes:
1. Una aceptación creyente de la Palabra de Dios
2. Una comprensión de la condición propia pecaminosa
3. Esperanza en la misericordia de Dios
4. El principio del amor de Dios
5. Aborrecimiento al pecado
6. Una resolución de obedecer los mandamientos de Dios
7. Un deseo de recibir el bautismo.
Es muy evidente que la fe no ocupa aquí lugar central, sino que
sólo está coordinada con las otras preparaciones. La fe sirve nada más para
convenir intelectualmente con la doctrina de la Iglesia, (fides informis) y
adquiere su poder justificante sólo por medio del amor que se imparte en la
gratia infusa (fides caritate formate). Puede llamarse fe justificante, nada
más, en el sentido de que es la base y la raíz de toda justificación como la
primera de las preparaciones que arriba hemos nombrado. Después de esta
preparación sigue la justificación misma en el bautismo. Esto consiste en la
infusión de gracia, de virtudes sobrenaturales seguidas por el perdón de los
pecados.
La medida de este perdón está conmensurada con el grado en el
que el pecado queda verdaderamente vencido. Debe recordarse que la
justificación se da gratuitamente y que no se merece a causa de las preparaciones
antecedentes. El don de la justificación se preserva por medio de la obediencia
de los mandamientos y la práctica de las buenas obras. En la gratia infusa el hombre
recibe la fuerza sobrenatural para hacer buenas obras y merecer así (con mérito
de condigno, es decir, un verdadero mérito) todas las gracias siguientes y
hasta la misma vida eterna.
La gracia de Dios sirve de esta manera al propósito de capacitar
al hombre una vez más para merecer la salvación. Pero no es seguro que el
hombre retenga el perdón de los pecados. La gracia de la justificación puede
perderse, no sólo debido a la incredulidad sino también debido a cualquier
pecado mortal. Tendrá, no obstante, que reganarse mediante el sacramento de la
penitencia, que consiste de contrición (o atrición) y confesión, juntamente con
la absolución y las obras de satisfacción. Tanto la culpa del pecado como el
castigo eterno son removidos por la absolución, pero los sufrimientos
temporales pueden cancelarse sólo mediante obras de satisfacción.
EL CONCEPTO ARMINIANO
El orden arminiano de la salvación, aunque en forma muy
ostensible atribuye la obra de salvación a Dios, realmente la convierte en
contingente de la actitud y de la obra del hombre. Dios abre la posibilidad de
la salvación para el hombre. Pero al hombre le corresponde aprovechar. Los
arminianos consideran la expiación de Cristo "como una oblación y
satisfacción por los pecados del mundo entero" (Pope), es decir, por los
pecados de cada individuo de la raza humana.
Niega que la culpa del pecado de Adán se impute a todos sus
descendientes, y de que el hombre sea por naturaleza totalmente depravado, y
por tanto impotente para hacer algún bien espiritual; y creen que, aunque la
naturaleza humana está, sin duda, dañada y deteriorada a causa del resultado de
la caída, el hombre todavía puede, por naturaleza, hacer lo que es
espiritualmente bueno, y volverse a Dios, pero debido a las malas
inclinaciones, la perversidad y la pereza de la pecaminosa naturaleza humana,
Dios le imparte su bondadosa ayuda.
El proporciona la gracia suficiente a todos los hombres para
capacitarlos, si eligen alcanzar la posesión plena de las bendiciones espirituales,
y por último, la salvación.
La oferta del evangelio, viene a todos los hombres sin hacer
diferencia y ejerce una influencia moral nada más sobre ellos, aunque en poder
de ellos está resistir o someterse. Si se someten a ella, se volverán a Cristo
con arrepentimiento y fe. Estos movimientos del alma no son (como en el
calvinismo) el resultado de la regeneración; son nada más introductorios al
estado de gracia, llamado así con propiedad.
Cuando la fe de ellos realmente halla su meta en Cristo, esta
fe, por causa de los méritos de Cristo, se les imputa a ellos como justicia.
Esto no quiere decir que la justicia de Cristo se les impute como si de verdad
les perteneciera a ellos, sino que en vista de lo que Cristo hizo por los
pecadores, la fe de ellos que envuelve el principio de la obediencia, de
honradez de corazón y las buenas disposiciones, se acepta en lugar de una
obediencia perfecta y se les acredita por justicia. Sobre esta base, pues, son
justificados; lo que en el bosquejo general arminiano significa, nada más, que
sus pecados son perdonados y no que ellos sean aceptados como justos.
Los arminianos con frecuencia lo expresan en esta forma: El
perdón de los pecados se basa en los méritos de Cristo, pero el hallar
aceptación delante de Dios descansa sobre la obediencia del hombre a la ley, o
lo que se llama la obediencia evangélica. La fe no sirve sólo para justificar
sino también para regenerar a los pecadores.
Ella asegura al hombre la gracia de la obediencia evangélica y
esto, si se deja funcionar para vida, desemboca en la gracia de la perseverancia.
No obstante, la gracia de Dios siempre puede resistirse y perderse.
Los llamados Wesleyanos o evangélicos arminianos no convienen
por completo con el arminianismo del Siglo XVII. Aunque su posición muestra más
grande afinidad con el calvinismo que el arminianismo original es también más
inconsistente. Admite que la culpa del pecado de Adán se imputa a todos sus
descendientes, pero al mismo tiempo sostiene que todos los hombres están
justificados en Cristo y que por lo mismo esta culpa se quita de un golpe en el
nacimiento. También admite toda la depravación moral del hombre en el estado
natural, pero prosigue acentuando el hecho de que no hay hombre que exista en aquel
estado natural puesto que hay una aplicación universal de la obra de Cristo por
medio del Espíritu Santo mediante el cual el pecador está capacitado para
cooperar con la gracia de Dios.
El arminianismo evangélico acentúa la necesidad de una obra de
gracia sobrenatural (más que física) para efectuar la renovación del pecador y
su santificación. Además, enseña la doctrina de la perfección cristiana o de la
santificación completa en la vida presente. Debe añadirse que aunque Arminius
hizo asunto de justicia el regalo al hombre de una habilidad para cooperar con
Dios, Wesley consideró que esto era asunto de gracia pura. Este es el tipo del
arminianismo con el que las más de las veces entramos en contacto.
Nos lo encontramos no sólo en la Iglesia metodista sino también
en otros grandes sectores de otras iglesias y de modo especial en muchas iglesias
actuales que pretenden no tener denominación.