LA SANTIFICACIÓN

LOS TÉRMINOS BÍBLICOS PARA SANTIFICACIÓN Y SANTIDAD

LOS VOCABLOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

La palabra que El Antiguo Testamento usa para 'santificar' es qadash, un verbo que se usa en los grupos niphal, piel, hiphii y hithpa'el. El nombre correspondiente es qodesh, en tanto que el adjetivo es qadosh. Las formas verbales se derivan de las formas nominales y adjetivales. Es incierto el significado original de estas palabras. Algunos opinan que la palabra qadash se relaciona con chadash que significa "brillar".
Esto armonizaría con el aspecto cualitativo de la idea bíblica de santidad, es decir, el de pureza. Otros, con grande grado de probabilidad, derivan la palabra de la raíz qad que significa "cortar". Esto haría que la idea original fuese la de separación. La palabra entonces apuntaría a la idea de lejanía, separación o majestad. Aunque este significado de las palabras `santificación' y 'santidad' nos parezca desusado, esta es con toda probabilidad, la idea fundamental que expresan. Dice Girdlestone:
"Los vocablos `santificación' y 'santidad' se usan hoy con tanta frecuencia para explicar cualidades morales y espirituales, que con dificultad pueden traer al lector la idea de posición o de relación, tal como existen entre Dios y alguna persona o cosa consagrada a Él, no obstante, parece que este es el significado verdadero de la palabra".
De manera semejante, Cremer-Koegel llama la atención al hecho de que la idea de separación es básica en la de santidad. "La santidad es una idea de separación". Al mismo tiempo se admite que ambas ideas santidad y separación no se mezclan entre sí, ni se absorben mutuamente, pero sí, que la primera hasta cierto punto, sirve para calificar a la segunda.
LOS VOCABLOS DEL NUEVO TESTAMENTO
1. El verbo hagiazo y sus diversos significados. El verbo hagiazo se deriva de hagios, que como el vocablo hebreo qadosh expresa, primero que todo, la idea de separación. Sin embargo, en el Nuevo Testamento se usa en varios sentidos diferentes. Podemos distinguir los siguientes:
A. En sentido intelectual se aplica a personas o cosas, Mat. 6: 9; Luc. 11: 2; I Ped. 3: 15. En tales casos significa "considerar un objeto como santo", "atribuirle santidad", o "reconocer su santidad por palabra o hecho".
B. A veces también se emplea en un sentido ritual, es decir, en el sentido de "separarlo de los usos ordinarios para fines sagrados", o de "ponerlo aparte para un determinado oficio", Mat. 23: 17, 19; Juan 17: 36; II Time 2: 21.
C. Otras veces se usa para designar aquella operación divina mediante la cual Dios produce de manera especial en el hombre mediante su espíritu la cualidad subjetiva de santidad, Juan 17: 17; Hech. 20:32; 26: 18; I Cor. 1: 2; I Tes. 5: 23.
D. Por último, en la Epístola a los Hebreos parece que se usa en un sentido expiatorio, y también en el sentido parecido al que Pablo le da a diario-o, Heb. 9: 13; 10: 10, 29; 13: 12.298
2. Los adjetivos que expresan la idea de santidad.
A. Hieros. La palabra que menos se usa y que también es menos expresiva, es hieros. Sólo se encuentra en I Cor. 9: 13; II Time 3: 15, y no para designar personas sino cosas. No expresa excelencia moral, sino el carácter inviolable de la cosa a que se refiere y que resulta de la relación que la cosa indicada guarda para con Dios. Su mejor traducción sería "sagrado".
B. Hosios. La palabra hosios es de uso más frecuente. Se encuentra en Hech. 2: 27; 13: 34, 35; I Time 2: 8: Tito 1: 8; Heb. 7: 26; Apoc. 15:4; 16: 5, y se aplica no sólo a cosas, sino también a Dios y a Cristo. Describe una persona o cosa como libre de mancha o de maldad, o más activamente (si se trata de personas) como que cumplen religiosamente cada una de sus obligaciones morales.
C. Hagnos. La palabra hagnos se encuentra en II Cor. 7: 11; 11: 2; Fil. 4: 8; I Time 5: 22; Sgo. 3: 17; I Ped. 3: 2; I Juan 3: 3. La idea fundamental de esta palabra parece que es la de estar libre de impureza y corrupción en el sentido ético.
D. Hagios. No obstante la palabra que en realidad es característica del Nuevo Testamento, es hagios. Su significado principal es el de separación en consagración y devoción al servicio de Dios. Con esta palabra está relacionada la idea de que aquello que se pone aparte del mundo y se dedica a Dios debe separarse también de la corrupción del mundo y participar de la pureza de Dios. Esto explica el hecho de que hagios adquirió rápidamente un significado ético. Esta palabra no tiene siempre el mismo significado en el Nuevo Testamento.
I. Se usa para designar una relación oficial externa, un colocarse fuera de los propósitos ordinarios para el servicio de Dios, como por ejemplo, cuando leemos de: "Los santos profetas", Luc. 1: 70, "santos apóstoles", Ef. 3: 5, y "santos hombres de Dios", II Ped. 1:21.
II. No obstante, se emplea con más frecuencia en un sentido ético para describir la cualidad que se necesita para permanecer en relación estrecha con Dios y para servirle en forma aceptable, Ef. 1: 4; 5: 27; Col. 1: 22; I Ped. 1: 15, 16. Recuérdese que al tratar de la santificación usamos la palabra, ante todo, en este último sentido. Cuando hablamos de la santidad en relación con la santificación damos a entender tanto una relación externa como una cualidad subjetiva e interna.
3. Los nombres que denotan santificación y santidad. El Nuevo Testamento tiene la palabra hagiasmos para indicar santificación. Ocurre diez veces, es a saber, en Rom. 6: 19, 22; I Cor. 1: 30; I Tes. 4:3, 4,7:11 Tes. 2: 13; I Time 2: 15; Heb. 12: 14; I Ped. 1: 2. Aunque denota purificación ética, incluye la idea de separación, es decir, "la separación del espíritu de toda impureza y corrupción, y una renunciación de los pecados hacia los que nos llevan los deseos de la carne y de la mente".
En tanto que hagiasmos denota la obra de santificación, hay otras dos palabras que describen el resultado del proceso, y son, hagiotes y hagiosune. La primera se encuentra en I Cor. 1: 30 y Heb. 12: 10; y la segunda en Rom. 1: 4; II Cor. 7: 1 y I Tes. 3: 13.
Estos pasajes dejan ver que para Dios es esencial la cualidad de santidad, es decir, libertad de corrupción e impureza, en la forma en que Cristo la manifestó y en la que se imparte al cristiano.
LA DOCTRINA DE LA SANTIFICACIÓN EN LA HISTORIA
1. ANTES DE LA REFORMA.
En el desarrollo histórico de la doctrina de la santificación la iglesia se preocupó, en primer lugar, con tres problemas:
A. La relación que en la santificación guarda la gracia de Dios con la fe
B. La relación de la santificación con la justificación; y
C. El grado de santificación a que se puede llegar en la vida presente.
Los escritos de los Padres de la Iglesia primitiva contienen muy poco referente a la doctrina de la santificación. Un brote de moralismo se hace muy manifiesto en que se enseñaba al hombre que su salvación depende de la fe y las buenas obras. Los pecados cometidos antes del bautismo quedaban lavados por el bautismo; pero para los que se cometían después, el hombre tenía que recurrir a la penitencia y a las buenas obras. Tenía que llevar una vida virtuosa, y ganarse de este modo la aprobación del Señor.
"Semejante dualismo" dice Scott en su obra, The Nicene Theology, "dejó el dominio de la santificación relacionado sólo en forma indirecta con la redención de Cristo; y este fue el terreno en que crecieron de manera natural los conceptos inexactos del pecado, el legalismo, el sacramentalismo, el sacerdocio y todos los excesos de la devoción monacal".
Al ascetismo llegó a considerársele como de la mayor importancia. Hubo también la tendencia de confundir la justificación y la santificación. Agustín fue el primero que en gran parte desarrolló ideas definidas acerca de la santificación, y sus conceptos tuvieron una influencia determinante en la iglesia de la Edad Media.
No distinguió con claridad entre justificación y santificación; pero tenía el concepto de que esta última estaba incluida en la primera. Puesto que creía en la corrupción total de la naturaleza humana debido a la caída, pensaba que la santificación era una nueva repartición sobrenatural de la vida divina, una nueva energía infusa que opera con exclusividad dentro de los confines de la iglesia y por medio de los sacramentos.
Aunque no perdió de vista la importancia del amor personal a Cristo como un elemento constituyente de la santificación, manifestó una tendencia a tomar un concepto metafísico de la gracia de Dios en la santificación considerándola como un depósito de Dios en el hombre. No acentuó en forma suficiente, como el factor más importante en la transformación de la vida del cristiano, la necesidad de una preocupación constante de fe con el Cristo que redime.
Las tendencias manifiestas en las enseñanzas de Agustín fructificaron en la Edad Media y en su forma más desarrollada se encuentran en los escritos de Tomás de Aquino. La justificación y la santificación no se distinguen con claridad pero se hace que la primera incluya como algo substancial la infusión de gracia divina dentro del alma humana.
Esta gracia es una clase de donum superaddituin, por medio del cual el alma se levanta a un nuevo nivel, o a un orden más alto del ser y queda capacitada para alcanzar su destino celestial de conocer a Dios, poseerlo y gozar de Él. La gracia se deriva del tesoro inextinguible de los méritos de Cristo y se imparte a los creyentes por medio de los sacramentos. Mirada desde el punto de vista divino, esta gracia santificante dentro del alma asegura la remisión del pecado original, imparte un hábito permanente de justicia inherente y lleva consigo misma la potencia de un desarrollo posterior y hasta de la perfección.
De ella se desenvuelve la vida nueva con todas sus virtudes. Su buen resultado puede ser neutralizado o destruido por los pecados mortales; pero las culpas contraídas después del bautismo serán removidas mediante la eucaristía si se trata de pecados veniales, y mediante el sacramento de la penitencia en el caso de pecados mortales. Considerados desde el punto de vista humano, los frutos sobrenaturales de la fe que obra por el amor tienen méritos delante de Dios y aseguran el crecimiento en gracia.
No obstante, tales frutos u obras son imposibles sin la operación continua de la gracia de Dios. El resultado de todo este proceso se conocía como justificación; y consistía en hacer justo al hombre delante de Dios. Estas ideas están incorporadas en los Cánones y Decretos del Concilio de Trento.
2. DESPUÉS DE LA REFORMA.
Los Reformadores al hablar de la santificación acentuaron la antítesis del pecado y de la redención más bien que la de lo natural y lo sobrenatural. Hicieron una diferencia clara entre justificación y santificación considerando a la primera como un acto legal de la gracia divina que afecta al status judicial del hombre, y a la segunda como una obra moral o recreadora que cambia la naturaleza interna del hombre. Pero en tanto que hicieron una distinción cuidadosa entre los dos, también acentuaron su relación inseparable.
Aunque tenían honda convicción de que el hombre sólo por la fe es justificado, también entendieron que la fe que justifica no está sola. La justificación va seguida de inmediato por la santificación puesto que Dios envía el Espíritu de su Hijo a los corazones de los suyos tan pronto como son justificados y ese Espíritu es el de la santificación. No consideraron que la gracia de la santificación sea una esencia sobrenatural infusa en el hombre mediante los sacramentos, sino una obra sobrenatural y bondadosa del Espíritu Santo, hecha principalmente por medio de la Palabra, y secundariamente, por los sacramentos por los cuales nos libra más y más del poder del pecado y nos capacita para hacer buenas obras.
Aunque de ninguna manera confunden la justificación y la santificación, sienten la necesidad de conservar la relación más estrecha posible entre la primera en la que la libre y perdona-dora gracia de Dios se acentúa con fuerza y la segunda la cual demanda la cooperación del hombre para evitar el peligro de la justicia por obras. El pietismo y el metodismo pusieron mucho énfasis en el compañerismo constante con Cristo como el gran medio para la santificación.
Al exaltar la santificación a expensas de la justificación no siempre evitaron el peligro de la justicia propia. Wesley no nada más distinguió entre justificación y santificación sino tácitamente las separó; y habló de la completa santificación como de un segundo regalo de la gracia que sigue al primero, es a saber, a la justificación por la fe, después de un período largo o corto.
Aunque también habló de la santificación como de un proceso, sin embargo, sostuvo que el creyente debiera orar y procurar una inmediata y completa santificación como un acto de Dios por separado. Bajo la influencia del racionalismo, y del moralismo de Kant dejó de considerarse a la santificación como una obra sobrenatural del Espíritu Santo en la renovación de los pecadores y se le rebajó hasta el nivel de un mero mejoramiento moral realizable mediante los poderes naturales del hombre.
Para Schleiermacher la santificación era nada más el dominio progresivo del conocimiento de Dios dentro de nosotros. Y para Ritschl consistía en la perfección moral de la vida cristiana a la que podemos llegar mediante el cumplimiento de nuestra vocación como miembros del reino de Dios.
 En la porción mayor de la teología amplitudista moderna, la santificación consiste nada más en la siempre cada vez más grande redención del más bajo yo del hombre, mediante el dominio del más alto yo. La redención por el carácter es uno de los temas actuales y el término "santificación" ha quedado para designar tan sólo un mejoramiento moral.

EL CONCEPTO BÍBLICO DE LA SANTIDAD Y DE LA SANTIFICACIÓN

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
En la Biblia la cualidad de santidad se aplica ante todo a Dios, y tal como se le aplica su concepto fundamental es el de imposibilidad de aproximación. Y esta imposibilidad de aproximarse a Dios se funda en el hecho de que Dios es divino, y por tanto, en absoluto diferente de la criatura. La santidad en este sentido no es un mero atributo que ha de coordinarse con otros en Dios. Es, más bien, algo que es predicable de todo lo que se encuentra en Dios.
El es santo en su gracia tanto como en su justicia, en su amor tanto como en su ira. Hablando con rigurosa exactitud, la santidad se convierte en atributo sólo en este último sentido ético de la palabra. El sentido ético del vocablo surgió y se desarrolló del significado de majestad. Este desarrollo comienza con la idea de que un ser pecador tiene más aguda conciencia de la majestad de Dios que un ser sin pecado. El pecador se da cuenta de su impureza contrastándola con la majestuosa pureza de Dios, compárese Is. 6.
Otto habla de la santidad en el sentido original como de lo numinoso y propone que a la reacción característica hacia ella se le llame "sentirse criatura", o, "saberse criatura", lo que sería una devaluación del yo hasta el anonadamiento, en tanto que habla de la reacción hacia la santidad en el sentido derivado de lo ético como un "sentimiento de absoluta profanidad". De esta manera se desarrolló la idea de la santidad como pureza majestuosa o sublimidad ética.
Esta pureza es un principio activo en Dios que debe vindicarse por sí mismo y mantener su honor. Esto explica el hecho de que la santidad se presente también en la Escritura como la luz de la gloria divina que se vuelve fuego devorador, Is. 5: 24; 10: 17; 33: 14, 15. Frente a la santidad de Dios el hombre siente no sólo su insignificancia sino sabe además que en efecto es impuro y pecador y como tal, también objeto de la ira de Dios. De varias maneras reveló Dios su santidad en el Antiguo Testamento.
Lo hizo con juicios terribles sobre los enemigos de Israel, Ex 15: 11 y 12. Lo hizo también separándose un pueblo para Él, y lo tomó de entre el mundo, Ex 19: 4-6; Ezeq. 20: 39-44. Dios, al tomar este pueblo de entre el impuro y malvado mundo, protesta en contra de ese mundo y de su pecado. Además, repetidas veces lo hizo perdonando también a su pueblo infiel, porque no quería que el mundo impío se regocijara al considerar que Dios había fracasado en su obra, Os 11: 9.
La idea de santidad en su sentido derivativo también se aplica a las cosas y a las personas que se colocan en relación especial con Dios. La tierra de Canaán, la ciudad de Jerusalén, el monte del templo, el tabernáculo y el templo, los sábados y las fiestas solemnes de Israel, cada una y todas estas cosas se llaman santas, puesto que están consagradas a Dios y colocadas bajo la brillantez de su majestuosa santidad.
De manera semejante, los profetas, los levitas y los sacerdotes se denominan santos como personas apartadas para el servicio especial del Señor. Israel tuvo sus lugares sagrados, sus épocas sagradas, sus ritos sagrados y sus personas sagradas. Sin embargo, esta no es todavía la idea ética de la santidad. Uno puede ser una persona sagrada y estar, no obstante, del todo vacío de la gracia de Dios en su corazón.
En la antigua dispensación tanto como en la nueva la renovación ética es el resultado de la influencia renovadora y santificadora del Espíritu Santo. Sin embargo, debe recordarse que aun en donde el concepto de santidad está por completo espiritualizado, siempre expresa una relación. La idea de santidad nunca es la de una bondad moral considerada en sí misma, sino la de una bondad ética vista en su relación con Dios.
EN EL NUEVO TESTAMENTO
Al pasar del Antiguo Testamento al Nuevo notamos una notable diferencia. Mientras que en el Antiguo Testamento no hay ni un solo atributo de Dios que sobresalga en forma parecida a la prominencia de su santidad, en el Nuevo la santidad raras veces se atribuye a Dios. Con excepción de algunos cuantos pasajes del Antiguo Testamento, se le cita nada más en los escritos de Juan, Jn. 17: 11; I Jn. 2: 20; Apoc. 6: 10.
Con toda probabilidad la explicación de esto se encuentra en el hecho de que en el Nuevo Testamento la santidad se presenta como la característica especial del Espíritu de Dios por quien los creyentes son santificados, capacitados para servir y conducidos a su eterno destino, II Tes. 2 : 13 ; Tito 3: 5. La palabra hagios se usa en relación con el Espíritu de Dios casi cien veces. Sin embargo, el concepto de santidad y santificación no es diferente en el Nuevo de lo que es en el Antiguo Testamento.
Tanto en el primero como en el segundo la santidad se atribuye al hombre en un sentido derivativo. En uno como en el otro la santidad ética no es mera rectitud moral, y la santificación nunca es nada más un mejoramiento moral. Actualmente, con frecuencia se confunden estas dos cuando la gente habla de la salvación mediante el carácter. Un hombre puede vanagloriarse de grande adelanto moral, y sin embargo ser un bien conocido extranjero en cuanto a la santificación. La Biblia no exige pura y simplemente un mejoramiento moral, pero sí, un mejoramiento moral en relación con Dios, por causa de Dios y con el propósito de servir a Dios. La Biblia insiste en la santificación.
En este punto preciso mucha de la predicación ética de la actualidad está notoriamente equivocada, y el único remedio para corregirse está en que haga la presentación de la doctrina verdadera de la santificación. La santificación puede definirse como aquella operación bondadosa y continua del Espíritu Santo, mediante la cual El, al pecador justificado lo liberta de la corrupción del pecado, renueva toda su naturaleza a la imagen de Dios y lo capacita para hacer buenas obras.

LA NATURALEZA DE LA SANTIFICACIÓN

ES OBRA SOBRENATURAL DE DIOS
Algunos tienen el concepto equivocado de que la santificación consiste nada más en la formación de una vida nueva, implantada en el alma mediante la regeneración, de una manera persuasiva que ofrece motivos a la voluntad. Pero esto no es cierto. Consiste fundamental y principalmente en una operación divina en el alma, por medio de la cual, aquella disposición santa nacida en la regeneración queda fortalecida y se aumenta su santa actividad.
Se trata de una obra que en esencia es de Dios, aunque hasta donde El emplea medios, el hombre puede cooperar y se espera que coopere mediante el uso adecuado de estos medios. La Biblia demuestra con claridad, y de varias maneras, el carácter sobrenatural de la santificación. La descubre como una obra de Dios, I Tes. 5 : 23 ; Heb. 13: 20 y 21, como fruto de la unión de vida con Jesucristo, Juan 15 : 4, Gál. 2 : 20 ; 4 : 19 ; como una obra hecha en el hombre desde su interior y la cual por esa misma razón no puede ser obra humana, Ef. 3: 16; Col. 1: 11, y habla de sus manifestaciones en las virtudes cristianas como de la obra del Espíritu, Gál. 5: 22.
Nunca debe explicarse como un mero proceso natural en el desarrollo espiritual del hombre, ni rebajarla al nivel de una mera conquista humana, como se ha hecho en una gran parte de la teología amplitudista moderna.
CONSISTE DE DOS PARTES
Las dos partes de la santificación se presentan en la Biblia como:
1. La mortificación del viejo hombre, es decir, el cuerpo del pecado. Este término bíblico denota aquel acto de Dios por medio del cual la mancha y corrupción de la naturaleza humana que resultó del pecado se va removiendo en forma gradual. Con frecuencia se presenta en la Biblia como la crucifixión del viejo hombre, y de esta manera se relaciona con la muerte de Cristo en la cruz. El viejo hombre es la naturaleza humana hasta donde ésta está controlada por el pecado, Rom. 6: 6; Gál. 5: 24. En el contexto del pasaje de Gálatas, Pablo contrasta las obras de la carne y las obras del Espíritu, y luego dice: "Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias". Esto significa que en su caso el Espíritu ha ganado el predominio.
2. La vivificación del nuevo hombre, creado en Cristo Jesús para buenas obras. Aunque la primera parte de la santificación es de carácter negativo, esta segunda parte es positiva. Consiste en aquel acto de Dios por medio del cual se fortalece la disposición santa del alma, se aumenta la actividad santa, y de este modo se engendra y promueve un nuevo curso de vida.
La vieja estructura de pecado va destruyéndose por grados, y una nueva estructura originada en Dios se alcanza en lugar de aquella. Estas dos partes de la santificación no son sucesivas sino contemporáneas. Gracias a Dios que la erección gradual de la nueva estructura no necesita demorarse hasta que la antigua quede demolida por completo. Si tuviera que esperar para eso no podría jamás comenzar durante esta vida.
Con la disolución gradual de lo viejo hace su aparición lo nuevo. Esto se parece a la ventilación de una casa llena de pestilencia. A medida que el aire corrupto va saliendo, el nuevo irrumpe dentro de la casa. Este lado positivo de la santificación con frecuencia se llama "una resurrección juntamente con Cristo", Rom. 6: 4, 5; Col. 2: 12; 3: 1, 2. La vida nueva a la que esta vivificación nos conduce se llama "una vida para Dios, Rom. 6: 11; Gál. 2: 19.
LA SANTIFICACIÓN AFECTA AL HOMBRE COMPLETO: CUERPO Y ALMA,INTELECTO, AFECTOS Y VOLUNTAD
Esto se deduce de la naturaleza del caso, porque la santificación tiene lugar en la vida interna del hombre, en el corazón, y este no puede cambiarse sin que se cambie todo el hombre. Si el hombre interior queda cambiado, hay obligación de cambiar también la periferia de la vida. Además, la Biblia enseña clara y explícitamente que la santificación afecta tanto al cuerpo como al alma, I Tes. 5: 23; II Cor. 5: 17; Rom. 6: 12; I Cor. 6: 15, 20.
El cuerpo tiene que considerarse aquí como el órgano o el instrumento de la alma pecadora por medio del cual se expresan las inclinaciones, los hábitos y las pasiones pecaminosos. La santificación del cuerpo tiene lugar de manera especial en la crisis de la muerte y en la resurrección de los muertos. Por último, también se descubre en la Biblia que la santificación afecta a todos los poderes o facultades del alma: el entendimiento, Jer. 31: 34; Juan 6: 45; la voluntad, Ezeq. 36: 25-27; Fil. 2: 13; las pasiones, Gál. 5: 24; y la conciencia, Tito 1: 15; Heb. 9: 14.
ES OBRA DE DIOS EN LA CUAL COOPERAN LOS CREYENTES
Cuando se dice que el hombre toma parte en la obra de santificación, no se da a entender que el hombre sea un agente independiente en esta obra como para que en parte sea obra de Dios y en parte obra del hombre sino, en esencia, que Dios hace la obra en parte por medio de la instrumentalidad del hombre como un ser racional requiriendo de él asidua oración y cooperación inteligente con el Espíritu. Esta cooperación del hombre con el Espíritu de Dios se deduce:
1. de las repetidas admoniciones en contra del mal y de las tentaciones, lo que implica con claridad que el hombre debe mostrarse activo en evitar los peligros de la vida, Rom. 12 : 9, 16, 17; I Cor. 6 : 9, 10; Gál. 5 : 16-23
2. De las constantes exhortaciones a una vida santa. Estas implican que el creyente debe ser diligente en el empleo de los medios que están a su disposición para el mejoramiento moral y espiritual de su propia vida, Miq. 6: 8; Jn. 15: 2, 8, 16; Rom. 8: 12, 13; 12: 1, 2, 17; Gál. 6: 7, 8, 15.
LAS CARACTERÍSTICAS DE LA SANTIFICACIÓN
1. Tal como se ve por lo que precede, la santificación es una obra de la cual Dios es el autor y no el hombre. Sólo los abogados del llamado libre albedrío pueden pretender que sea obra del hombre. Sin embargo, difiere de la regeneración en que el hombre puede, y el deber lo obliga a luchar por una creciente y constante santificación usando para ello los medios que Dios ha puesto a su disposición. Esto está enseriado con claridad en la Biblia, II Cor. 7: 1; Col. 3: 5-14; I Ped. 1: 22. Los antinomianos que son consistentes pierden de vista esta verdad importante, y no sienten la necesidad de evitar cuidadosamente el pecado, puesto que esto afecta nada más al viejo hombre que está condenado a muerte, y no al nuevo hombre que es santo con la santidad de Cristo.
2. La santificación tiene lugar en forma parcial en la vida subconsciente, y como tal es una operación inmediata del Espíritu Santo; pero también en forma parcial tiene lugar en la vida consciente, y depende entonces del uso de medios determinados, tales como el ejercicio constante de la fe, el estudio de la Palabra de Dios, la oración y la asociación con otros creyentes.
3. La santificación es de ordinario un proceso lento y nunca alcanza la perfección en esta vida. Al mismo tiempo puede haber casos en los que se complete en muy corto tiempo o hasta en un momento, por ejemplo, en los casos en que la regeneración y la conversión son seguidas de inmediato por la muerte temporal. Si procedemos sobre la hipótesis de que la santificación del creyente se perfecciona de inmediato después de la muerte y la Biblia parece que enseria esto hasta donde tiene que ver con el alma , entonces en tales casos la santificación del alma debe completarse casi de inmediato.
4. Según parece, la santificación del creyente debe completarse o bien al momento de morir, o inmediatamente después de la muerte, hasta donde tiene que ver con el alma, y en la resurrección hasta donde ésta tiene que ver con el cuerpo.
Esto parece deducirse del hecho de que, por una parte, la Biblia enseña que en la vida presente ninguno puede pretender que está libre del pecado, I Reyes 8: 46; Prov. 20: 9; Rom. 3: 10, 12; Sgo. 3: 2; I Jn. 1: 8; y por la otra, que aquellos que han ido por delante están santificados por completo. Habla de ellos como de "los espíritus de los justos hechos perfectos", Heb. 12: 23, y "sin mancha", Apoc. 14: 5. Además, se nos dice que en la Ciudad celestial de Dios no entrará "ninguna cosa sucia o que hace abominación y mentira", Apoc. 21: 27; y que Cristo en su segunda venida "transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para hacerlo semejante al cuerpo de su gloria", Fil. 3: 21.

EL AUTOR DE LA SANTIFICACIÓN Y LOS MEDIOS DE ELLA

La santificación es una obra del Dios triuno, pero se atribuye más particularmente al Espíritu Santo en la Escritura, Rom. 6: 11; 15: 16; I Ped. 1: 2. Nuestro día, con su énfasis sobre la necesidad de acercarnos al estudio de la teología desde el punto de vista antropológico, y con su llamamiento unilateral al servicio en el reino de Dios, hace que resulte particularmente importante acentuar el hecho de que Dios y no el hombre es el autor de la santificación.
De manera especial en vista del Activismo que es uno de los hechos característicos de la vida religiosa americana y que glorifica la obra del hombre más bien que la gracia de Dios, es necesario acentuar el hecho una y otra vez de que la santificación es fruto de la justificación, que aquella es sencillamente imposible sin ésta, y que las dos son el fruto de la gracia de Dios en la redención de los pecadores.
Aunque el hombre tenga el privilegio de cooperar con el Espíritu de Dios puede hacerlo sólo en virtud de la fuerza que el espíritu le imparte cada día. El desarrollo espiritual del hombre no es una ganancia humana, sino una obra de la gracia divina. El hombre no merece ningún crédito por aquello a lo que contribuye como un instrumento.
Hasta donde la santificación tiene lugar en la vida subconsciente se efectúa por la operación inmediata del Espíritu Santo. Pero como una obra que tiene lugar en la vida consciente de los creyentes se produce por varios medios que emplea el Espíritu Santo.
1. LA PALABRA DE DIOS.
En oposición a la iglesia de Roma debe sostenerse que el principal medio usado por el Espíritu Santo es la Palabra de Dios. La verdad en sí misma es cierto que no tiene la eficiencia adecuada para santificar al creyente, sin embargo se adapta de manera natural para ser el medio de santificación en la forma en que la emplea el Espíritu Santo.
La Escritura presenta todas las condiciones objetivas para ejercicios y hechos santos. Sirve para excitar la actividad espiritual presentando motivos y persuasiones, y le imprime dirección mediante prohibiciones, exhortaciones y ejemplos, I Ped. 1: 22; 2: 2; II Ped. 1: 4.
2. LOS SACRAMENTOS.
Estos son los medios par excellence según la iglesia de Roma. Los protestantes los consideran como subordinados a la Palabra de Dios y a veces hasta hablan de ellos como de la "Palabra visible". Simbolizan y sellan para nosotros las mismas verdades que están expresadas verbalmente en la Palabra de Dios, y pueden ser considerados como la palabra oficial, que contiene una representación viviente de la verdad, la cual el Espíritu Santo utiliza como ocasión para ejercicios santos. No sólo están subordinados a la Palabra de Dios sino que tampoco pueden existir sin ella y por lo mismo van siempre acompañados de ella, Rom. 6: 3; I Cor. 12: 13; Tito 3: 5; I Ped. 3: 21.
3. LA DIRECCIÓN PROVIDENCIAL.
Los actos providenciales de Dios, tanto los favorables como los adversos, son con frecuencia medios poderosos de santificación. En relación con la operación del Espíritu Santo por medio de la palabra, operan en nuestros afectos naturales y de esta manera, a menudo ahondan la impresión de la verdad religiosa y la introducen al alma. Debe recordarse que la luz de la revelación divina es necesaria para la interpretación de sus direcciones providenciales, Sal 119: 71; Rom. 2: 4; Heb. 12: 10.

RELACIÓN ENTRE LA SANTIFICACIÓN Y OTRAS ETAPAS DEL ORDO SALUTIS.

Es de mucha importancia tener un concepto correcto de la relación que hay entre la santificación y algunas de las otras etapas de la obra de redención.
1. CON LA REGENERACIÓN.
 Aquí hay a la vez diferencia y similaridad. La regeneración se completa de inmediato, porque un hombre no puede estar más o menos regenerado; o está muerto o está vivo espiritualmente. La santificación es un proceso que produce cambios graduales, de tal manera que se podrán distinguir grados diferentes en la santidad resultante. De aquí que se nos amoneste a una santidad perfecta en el temor del Señor, II Cor. 7: 1. El Catecismo de Heidelberg también presupone que hay grados de santidad, cuando dice que aun "los más santos hombres, mientras están en esta vida, tienen nada más un pequeño principio de esta obediencia".300 Al mismo tiempo, la regeneración es el principio de la santificación.
La obra de renovación, que comienza en la primera se continúa en la segunda, Fil. 1: 6. Dice Strong: "La santificación se distingue de la regeneración como se distingue el crecimiento del nacimiento, o como se distingue el fortalecimiento de una santa disposición de lo que es la participación original de ella".
2. CON LA JUSTIFICACIÓN.
La justificación precede a la santificación y es básica para ella en el pacto de gracia. En el pacto de obras el orden de la justicia y de la santidad era exactamente lo contrario. Adán fue creado con una disposición santa y una inclinación hacia el servicio de Dios, pero en la base de esta santidad él no tenía que producir la justicia que le daría título para la vida eterna.
La justificación es la base judicial para la santificación. Dios tiene el derecho de demandar de nosotros la santidad de nuestra vida, pero en vista de que no podemos producir esta santidad por nosotros mismos, El gratuitamente la produce en nosotros mediante el Espíritu Santo, sobre la base de la justicia de Jesucristo, la cual se nos imputa en la justificación.
El hecho importante de que la santificación se funda sobre la justificación, en la cual la gracia gratuita de Dios sobresale con extraordinaria prominencia, excluye la idea de que podamos merecer cosa alguna en la santificación. La idea católico romana de que la justificación capacita al hombre para producir obras meritorias es contraria a la Escritura. La justificación como tal no efectúa un cambio en nuestro ser interior, y por tanto, necesita la santificación como su complemento.
No es suficiente que el pecador se presente como justo delante de Dios; debe también ser santo en su vida íntima. Barth tiene una explicación bastante desusada acerca de la relación entre la justificación y la santificación. Con objeto de prevenimos en contra de toda justicia propia insiste sobre que deben considerarse siempre juntas las dos. Van juntas y no deben considerarse cuantitativamente, como si una siguiera a la otra.
La justificación no es una estación que deja uno atrás, no es un hecho cumplido sobre la base del cual uno prosiga enseguida a la avenida de la santificación. No es un hecho completo al cual pueda uno mirar retrospectivamente con perfecta seguridad, sino que ocurre siempre de nuevo en dondequiera que el hombre llega al punto de la desesperación completa y luego sigue de la mano con la santificación.
Y sólo hasta donde el hombre sigue siendo un pecador aun después de la justificación, así también sigue siendo un pecador en la santificación puesto que sus mejores hechos siguen siendo pecados.
La santificación no engendra una disposición santa, ni purifica gradualmente al hombre no pone en posesión de él ninguna santidad personal, no lo hace santo, sino que sigue siendo pecador. En realidad viene a ser un acto declarativo como la justificación. McConnachie, un intérprete que simpatiza mucho con Barth dice: "La justificación y la santificación son pues para Barth dos lados de un solo acto de Dios respecto a los hombres.
La justificación es el perdón del pecador (justificatio impii), mediante la cual Dios declara justo al pecador. La santificación es santificación de pecador (santificatio impii), mediante la cual Dios declara 'santo' al pecador". A pesar de la aprobación que merece el deseo de Barth de destruir todo vestigio de obras de justicia, en verdad llega a un extremo cargante de garantía, en el que prácticamente confunde la justificación con la santificación, niega la vida cristiana y desarraiga la posibilidad de una confiada seguridad.
3. CON LA FE.
La fe es la causa mediata e instrumental tanto de la santificación como de la justificación. Ella para nada, merece la santificación como, tampoco la justificación, pero sí nos une a Cristo y nos conserva en relación con El como la cabeza de la nueva humanidad, considerado como la fuente de la vida nueva en nuestro interior, como también de nuestra santificación progresiva, mediante la operación del Espíritu Santo.
El conocimiento del hecho de que la santificación está fundada sobre la justificación, siendo imposible colocarla sobre cualquiera otra base, y de que el ejercicio constante de la fe es necesario para avanzar en el camino de la santidad, nos resguardará, en contra de toda justicia propia, en nuestra lucha para avanzar en la bondad y santidad de nuestra vida. Merece atención particular el hecho de que, mientras que la fe más débil media para el logro de una perfecta justificación, el grado de santificación es conmensurable con la potencia de la fe del cristiano y con la persistencia con la que él se posesiona de Cristo.

EL CARÁCTER IMPERFECTO DE LA SANTIFICACIÓN EN ESTA VIDA

1. LA SANTIFICACIÓN ES IMPERFECTA EN GRADO.
Cuando hablamos de la santificación como imperfecta en esta vida, no queremos decir que sea imperfecta en esta o en aquella parte como si nada más una parte del hombre santo que se origina en la regeneración fuera afectada. Se trata del hombre completo, aunque todavía no se desarrolle como un hombre nuevo, pero tendrá que crecer hasta alcanzar su completa estatura. Un niño recién nacido es, descontando las excepciones, perfecto en sus partes, pero todavía no en el grado de desarrollo para el cual ha sido creado.
De esta manera precisa, el nuevo hombre es perfecto en cada parte, pero sigue siendo imperfecto en el grado de desarrollo espiritual, durante la vida presente. Los creyentes tienen que luchar en contra del pecado durante todo el tiempo que vivan, I Reyes 8: 46; Prov. 20: 9; Ec. 7: 20; Sgo. 3: 2; I Jn. 1: 8.
2. Los PERFECCIONISTAS NIEGAN ESTA IMPERFECCIÓN.
A. La doctrina del perfeccionismo. Hablando en general, esta doctrina pretende que la perfección religiosa puede alcanzarse en la vida presente. La enserian en varias formas los pelagianos, los católico romanos o semipelagianos, los arminianos, los wesleyanos, sectas místicas como los labadistas, los quietistas cuáqueros y otros, algunos de los teólogos de Oberlin, por ejemplo, Mahan, Finney y Ritschl. Todos estos convienen en sostener que los creyentes alcanzan en esta vida un estado en el que cumplen con los requerimientos de la ley bajo los cuales viven ahora, o bajo aquella ley que fue ajustada a su actual habilidad y a sus necesidades, y, en consecuencia, están libres de pecados.
I. Sin embargo, difieren, en cuanto al concepto del pecado, los pelagianos, difiriendo de todos los demás en que niegan la corrupción inherente del hombre. Sin embargo, todos ellos convienen en considerar al pecado como algo externo.
II. En cuanto a su concepto de la ley, la cual los creyentes están ahora obligados a cumplir, los arminianos incluyendo a los wesleyanos, difieren de todos los demás al sostener que no se trata de la ley moral original, sino de los requerimientos del evangelio o de la nueva ley de la fe y de la obediencia evangélica.
Los católicos romanos y los teólogos de Oberlin sostienen que se trata de la ley original, pero admiten que las demandas de esta ley están ajustadas a los poderes deteriorados del hombre y a su presente capacidad. Y Ritschl desecha la idea completa de que el hombre esté sujeto a una ley impuesta externamente. Defiende la autonomía de la conducta moral, y sostiene que no estamos bajo ninguna ley sino sólo bajo de aquella que brota de nuestra propia disposición moral en el curso de actividades para el cumplimiento de nuestra vocación.
III. En cuanto al concepto de la dependencia del pecador de la gracia renovadora de Dios para ser capaces de cumplir la ley, todos, con excepción de los pelagianos admiten que el pecador es en algún sentido dependiente de la gracia divina para el alcance de la perfección.
Es muy significativo que todas las teorías que conducen al perfeccionismo (con la única excepción de los pelagianos que niegan la corrupción inherente del hombre) estiman necesario rebajar el modelo de la perfección y no consideran responsable al hombre de una gran parte de lo que indudablemente demandaba la ley moral original.
Y es igualmente importante que sienten la necesidad de hacer del concepto del pecado algo externo, puesto que pretenden que sólo las malas acciones conscientemente hechas pueden ser consideradas así, y rehúsan reconocer como pecado una gran parte de lo que así se considera en la Biblia.
B. Pruebas bíblicas aducidas en favor de la doctrina del perfeccionismo.
I. La Biblia ordena a los creyentes que sean santos y todavía más que sean perfectos, I Ped. 1: 16; Mat. 5: 48; Sgo. 1:4, y les exige que sigan el ejemplo de Cristo, quien no hizo pecado, I Ped. 2: 21 y sig.
Tales mandatos serían irrazonables si no fuera posible alcanzar la perfección inmaculada. Pero la orden bíblica de que seamos santos y perfectos tiene que ver con los que no son regenerados tanto como con los que son regenerados, puesto que la ley de Dios demanda santidad desde el principio y nunca ha sido revocada.
Si el mandamiento implica que aquellos a quienes se les da, vivan de acuerdo con ese requerimiento, esto tiene que ser cierto de todos los hombres. Sin embargo, sólo aquellos que enserian el perfeccionismo según el sentido pelagiano, pueden sostener este concepto. La medida de nuestra capacidad no puede inferirse de los mandamientos bíblicos.
II. La santidad y la perfección se atribuyen a menudo en la Biblia a los creyentes, Cant. 4 : 7; I Cor. 2 : 6 ; II Cor. 5 : 17 ; Ef. 5 : 27; Heb. 5 : 14 ; Fil. 5 : 13 ; Col. 2: 10. Sin embargo, cuando la Biblia habla de los creyentes como santos y perfectos esto no quiere significar, necesariamente, que se encuentren sin pecado, puesto que ambas palabras se usan con frecuencia en un sentido diferente, no sólo en el lenguaje común, sino también en la Biblia.
Las personas puestas aparte para el servicio especial de Dios son llamadas santas en la Biblia, sin tomar en cuenta su condición moral y vida. Los creyentes pueden ser y son llamados santos, porque objetivamente son santos en Cristo, o porque en principio son subjetivamente santificados por el Espíritu de Dios.
Pablo en sus Epístolas se dirige invariablemente a sus lectores como santos, es decir "los santos", y luego continúa, en varios casos, conduciéndolos a trabajar en contra de sus pecados. Y cuando los creyentes son descritos como perfectos, esto significa en algunos casos nada más que han llegado a un pleno crecimiento, I Cor. 2: 6; Heb. 5: 15, y en otros, que ya están equipados por completo para su tarea, II Tim. 3: 17. Todo esto, en verdad, no da contenido a la teoría de la perfección inmaculada.
III. Se dice que hay ejemplos bíblicos de santos que tuvieron vidas perfectas, por ejemplo, Noé, Job y Asa, Gen 6: 9; Job 1: 1; I Reyes 15: 14. Pero, de seguro, tales ejemplos no prueban el punto por la simple razón de que no son ejemplos de perfección inmaculada. Aun los santos más notables de la Biblia se describen como hombres que tuvieron sus fallas y que pecaron, en algunos casos, muy gravemente.
Esto es cierto de Noé, Moisés, Job, Abraham y todos los otros. Es cierto que esto no prueba de necesidad que sus vidas siguieron siendo pecaminosas durante todo el tiempo que vivieron sobre la tierra, pero es un hecho sorprendente que no se nos presenta uno solo que estuviera sin pecado. La pregunta de Salomón todavía es pertinente, "¿quién puede decir, yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?" Prov. 20: 9. Además, Juan dice: "Si decimos que no tenemos pecado nos engallamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros", I Juan 1:8.
IV. El apóstol Juan declara explícitamente que los que son nacidos de Dios no pecan, I Jn. 3: 6, 8, 9; 5: 18. Pero cuando Juan dice que los que son nacidos de Dios no pecan está contrastando los dos estados representados por el viejo hombre y el nuevo, en cuanto a su naturaleza esencial y su principio.
Una de las características esenciales del nuevo hombre es que no peca. En vista del hecho de que Juan usa invariablemente el tiempo presente del verbo para expresar la idea de que el que nace de Dios no peca, es posible que deseara expresar la idea de que el hijo de Dios no continúa pecando por hábito, como hace el diablo, I Jn. 3: 8. Ciertamente no quiere afirmar que el creyente nunca corneta un acto de pecado, compárese I Jn. 1: 8, 10.
Además, el perfeccionista no puede hacer muy buen uso de estos pasajes para probar su punto, puesto que probaría demasiado para su propósito. No se atreve a decir que todos los creyentes sean verdaderamente inmaculados, sino nada más que pueden alcanzar un estado de perfección inmaculada. Sin embargo, los pasajes Juaninos probarían, según esta interpretación, que todos los creyentes están sin pecado.
Y todavía más que eso, probaría que los creyentes nunca caen del estado de la gracia (porque eso es pecado); y sin embargo los perfeccionistas son la mera gente que creen que hasta los creyentes verdaderos pueden llegar a caer.
C. Objeciones a la teoría del perfeccionismo.
I. A la luz de la Biblia la doctrina del perfeccionismo es por completo insostenible. La Biblia nos da la seguridad explícita y muy definida de que no hay en la tierra uno solo que no peque, I Reyes 8: 46; Prov. 20: 9; Ec. 7: 20; Rom. 3: 10; Sgo. 3: 2; I Jn. 1: 8. En vista de estas afirmaciones claras de la Escritura es difícil ver cómo algunos que pretenden creer que la Biblia es la Palabra infalible de Dios puedan sostener que es posible que los creyentes tengan vidas inmaculadas, y que algunos, verdaderamente, hayan triunfado al proponerse evitar todo pecado.
II. Según la Escritura hay una lucha constante entre la carne y el Espíritu en las vidas de los hijos de Dios y aun el mejor de ellos está todavía luchando por la perfección. Pablo da una descripción muy impresionante de esta lucha en Rom. 7: 7-26, un pasaje que ciertamente se refiere a él en su estado regenerado. En Gál. 5: 16-24 él habla de aquella misma lucha como de una que caracteriza a todos los hijos de Dios. Y en Fil. 3: 10-14 habla de sí mismo cuando en realidad había llegado al fin de su carrera como uno que todavía no ha alcanzado la perfección pero que está esforzándose en llegar a la meta.
III. La confesión del pecado y la oración por el perdón se requieren continuamente. Jesús enserió a todos sus discípulos sin ninguna excepción a orar por el perdón de los pecados y por ser libertados de la tentación y del malo, Mat. 6: 12, 13. Y Juan dice: "Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonárnoslos y para limpiarnos de toda maldad", I Jn. 1: 9. Además, los santos de la Biblia se presentan siempre como los que confiesan sus pecados, Job 9: 3, 20; Sal 32: 5; 130: 3 ; 143: 2; Prov. 20:9; Is. 64:6; Dan. 9: 16; Rom. 7 : 14.
IV. Los perfeccionistas mismos estiman necesario rebajar las reglas de la ley y hacer que la idea del pecado sea externa para poder sostener su teoría. Además, algunos de ellos han modificado repetidas veces el ideal al cual, según su concepto, pueden alcanzar los creyentes. Al De todo pecado consciente", en seguida, "completa consagración a Dios", y por último, "seguridad cristiana". Esto ya de por sí es una condenación suficiente de su teoría. Nosotros naturalmente, no negamos que el cristiano puede alcanzar la seguridad de la fe.

LA SANTIFICACIÓN Y LAS BUENAS OBRAS

La santificación y las buenas obras están relacionadas de la manera más íntima. De la manera precisa en que la vida vieja se expresa en obras malas, así la vida nueva que se origina en la regeneración y que se promueve y fortalece en la santificación, se manifiesta de manera natural en las buenas obras. Estas pueden llamarse los frutos de la santificación, y en este concepto vienen aquí a nuestra consideración.
LA NATURALEZA DE LAS BUENAS OBRAS
1. Las buenas obras en el sentido específico de la teología. Cuando hablamos de las buenas obras en relación con la santificación, no nos referimos a obras que sean perfectas, que respondan con perfección a los requerimientos de la ley moral divina, y que como tales sean dignas, inherentemente, de alcanzar la recompensa de la vida eterna bajo las condiciones del pacto de obras. Queremos dar a entender, sin embargo, que se trata de obras que en su cualidad moral son diferentes en esencia de las acciones de los no regenerados, y que son la expresión de una naturaleza nueva y santa, como el principio del cual brotan. Son obras que Dios no sólo aprueba, sino que, en cierto sentido, también recompensa. Las siguientes son las características de las obras espirituales buenas:
A. Son los frutos de un corazón regenerado, puesto que sin éste no puede haber la disposición (de obedecer a Dios) y el motivo (de glorificar a Dios) que se requiere, Mat. 12: 33; 7: 17, 18.
B. No están hechas sólo en conformidad externa con la ley de Dios, sino que se hacen en obediencia consciente a la voluntad revelada de Dios, es decir, porque son requeridas por Dios. Brotan del principio del amor a Dios y del deseo de hacer su voluntad, Deut. 6: 2; I Sam. 15: 22; Isa. 1: 12; 29: 13; Mat. 15: 9.
C. Cualquiera que sea su fin inmediato, su finalidad última no puede ser el bienestar del hombre, sino la gloria de Dios, la cual es el más alto propósito concebido en la vida del hombre, I Cor. 10: 31; Rom. 12: 1; Col. 3: 17, 23.
2. Las buenas obras en un sentido más general. Aunque el término "buenas obras", por lo general, se usa en la teología en el sentido estricto que acabamos de indicar, sigue siendo verdad que él no regenerado también ejecuta obras que pueden llamarse buenas en un sentido superficial de la palabra.
A menudo cumplen obras que en lo exterior se conforman a la ley de Dios y que objetivamente pueden llamarse buenas, a distinción de las flagrantes transgresiones a la ley. Tales obras responden a su propósito inmediato que encuentra la aprobación de Dios. Además, en virtud de los restos de la imagen de Dios en el hombre natural y de la luz de la naturaleza, el hombre en sus relaciones con otros hombres, puede ser guiado por motivos que son dignos de aplauso y que, hasta ese punto, tienen estampada la aprobación de Dios.
Sin embargo, estas buenas obras, no pueden considerarse como frutos del corazón corrupto del hombre. Encuentran su explicación sólo en la gracia común de Dios.
Además, debemos tener presente, que aunque estas obras pueden llamarse buenas en cierto sentido, y así se llaman en la Biblia, Luc. 6: 33, en su esencia son defectuosas. Los hechos de él no regenerado están divorciados de la raíz espiritual del amor de Dios. No representan una obediencia íntima a la ley de Dios y ninguna sujeción a la voluntad del gobernante soberano de cielos y tierra.
No tienen propósito espiritual, puesto que no están hechos con el fin de glorificar a Dios, sino que sólo se sujetan a las relaciones de la vida natural. De consiguiente, la verdadera cualidad de hechos como estos se determinan por el carácter de su finalidad última.
Con frecuencia se ha negado la capacidad de los no regenerados para cumplir las buenas obras, llamadas así en algún sentido de la palabra. Barth va un paso más allá de lo debido cuando llega al extremo de negar que los creyentes pueden hacer buenas obras, y afirma que todas sus obras son pecados.
EL CARÁCTER MERITORIO DE LAS BUENAS OBRAS
Desde las más primitivas épocas de la Iglesia Cristiana ya había la tendencia de atribuir cierto mérito a las buenas obras, pero la doctrina del mérito en verdad se desarrolló durante la Edad Media. Al comenzar la Reforma tenía esa doctrina un lugar muy prominente en la teología católico romana y había sido llevada en la vida prácticamente hasta extremos ridículos. Los Reformadores, de inmediato, se unieron sobre este punto en su lucha contra la iglesia de Roma.
1. La posición de Roma sobre el punto que estamos discutiendo. La iglesia católico romana distingue entre un meritum de condigno, que representa una dignidad y un valor inherente, y el meritum de congruo, que es una clase de casi mérito, algo adecuado para ser recompensado. El primero se adhiere sólo a obras hechas después de la regeneración mediante la ayuda de la gracia divina. Y es un mérito que en forma intrínseca merece la recompensa que ha de recibir de la mano de Dios.
El segundo se adhiere a aquellas disposiciones u obras que un hombre puede desarrollar o hacer antes de la regeneración, en virtud de una mera gracia previniente, y es un mérito que hace congruo al agente o que lo habilita para recibir la recompensa mediante la gracia infusa en su corazón. Sin embargo, puesto que las decisiones del Concilio de Trento son bastante dudosas sobre este punto, hay alguna incertidumbre acerca de cuál es la posición exacta de la iglesia.
La idea general parece ser la de que la capacidad para cumplir buenas obras, en el sentido estricto de la palabra, brota de la gracia infusa en el corazón del pecador por causa de Cristo; y que posteriormente estas obras producen mérito, es decir, dan al hombre un justo derecho a la salvación y a la gloria. La iglesia todavía va más lejos que eso, y enseña que los creyentes pueden ejecutar obras de supererogación, pueden hacer más de lo que es necesario para su propia salvación y de esta manera pueden fundar un almacén de buenas obras, las que pueden ser utilizadas para beneficio de otros.
2. La posición bíblica en cuanto a este punto. La Biblia enseña con claridad que las buenas obras de los creyentes no son meritorias en el sentido propio de la palabra.
Sin embargo, debemos recordar que la palabra "mérito" se emplea en un sentido doble, el uno estricto y propio, y el otro amplio. Hablando en forma estricta, una obra meritoria es aquella a la cual debido a su valor intrínseco y a su dignidad se le debe con justicia una recompensa de la justicia comunicativa.
Sin embargo, hablando en sentido amplio, una obra que merece la aprobación y a la cual se adhiere una recompensa (por promesa, convenio, o de cualquiera otra forma) también se llama a veces meritoria. Tales obras son dignas de alabanza y son recompensadas por Dios. Pero a pesar de que esto puede ser, no son con seguridad obras meritorias en el estricto sentido de la palabra. No pueden por su propio valor moral intrínseco convertir a Dios en deudor para con aquel que las hace. En estricta justicia las buenas obras de los creyentes nada merecen.
Algunos de los pasajes más terminantes de la Biblia para probar el punto que estamos considerando, son los siguientes: Luc. 17 : 9, 10; Rom. 5 : 15-18 ; 6 : 23 ; Ef. 2 : 8-10 ; II Tim. 1 : 9 ; Tito 3 : 5. Estos pasajes muestran con claridad que los creyentes no reciben la herencia de salvación porque se les deba en virtud de sus buenas obras, sino sólo como un don gratuito de Dios. Es razonable también que tales obras no puedan ser meritorias, porque:
A. Los creyentes deben su vida completa a Dios y por tanto no pueden merecer nada por el hecho de darle a Dios simplemente lo que ya le es debido, Luc. 17: 9, 10.
B. No pueden hacer buenas obras con su propia fuerza, sino sólo con la fuerza que Dios imparte diariamente a cada uno de ellos ; y en vista de este hecho no pueden esperar crédito alguno por estas obras, I Cor. 15: 10; Fil. 2: 13.
C. Aun las mejores obras de los creyentes siguen siendo imperfectas en esta vida, y todas las buenas obras juntas representan sólo una obediencia parcial, en tanto que la ley demanda obediencia perfecta y no puede satisfacerse con nada que sea menos que eso, Isa. 64: 6; Sgo. 3: 2.
D. Además, las buenas obras de los creyentes están fuera de toda proporción con la recompensa eterna de la gloria. Una obediencia temporal e imperfecta nunca puede merecer una recompensa eterna y perfecta.
LA NECESIDAD DE LAS BUENAS OBRAS
Ninguna duda cabe acerca de la necesidad de las buenas obras, correctamente entendidas.
No pueden ser consideradas como necesarias para merecer salvación, ni como medios para retener un dominio sobre la salvación, ni siquiera como el único camino a lo largo del cual llegar hasta la gloria eterna, porque los hijos gozan de la salvación sin haber hecho ningunas buenas obras. La Biblia no enseña una declaración como esta: "Ninguno puede salvarse sin buenas obras".
Al mismo tiempo las buenas obras, por necesidad son la secuela de la unión de los creyentes en Cristo. "El que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto", Jn. 15: 5. También son necesarias porque son requeridas por Dios, Rom.7: 4; 8: 12, 13; Gál. 6: 2, como frutos de la fe, Sgo. 2: 14, 17, 20-22, como expresiones de gratitud, I Cor. 6: 20, para la seguridad de la fe, II Ped. 1: 5-10, y para la gloria de Dios, Jn.
15: 8; I Cor. 10: 31. La necesidad de las buenas obras debe mantenerse en contra de los antinomianos que pretenden que, puesto que Cristo no sólo llevó el castigo del pecado, sino que también satisfizo las demandas positivas de la ley, el creyente está libre de la obligación de observarla, error que todavía se encuentra entre nosotros hoy día en algunas de las formas del dispensacionalismo. Esta es una posición por completo falsa, porque sólo la ley como sistema de castigo y como método de salvación quedó abolida en la muerte de Cristo.
La ley como medida de nuestra vida moral es una transcripción de la santidad de Dios, y por tanto, es de vigencia permanente también para el creyente, aunque su actitud hacia la ley haya experimentado un cambio radical. El creyente ha recibido el Espíritu de Dios, que es Espíritu de obediencia, de tal manera que sin ninguna violencia obedece voluntariamente la ley. Strong hace un resumen correcto cuando dice: Cristo nos liberta
1. "De la ley como sistema de maldición y castigo, y lo hizo al cargar en sí mismo la maldición y el castigo.
2. De la ley con sus demandas como método de salvación; y lo consigue haciendo que sean nuestros su obediencia y sus méritos.
3. De la ley considerada como compulsión externa y extraña, y hace esto al darnos el espíritu de obediencia y de hijos, mediante el cual la ley, progresivamente se realiza dentro de cada uno".
PREGUNTAS PARA AMPLIAR EL ESTUDIO
1. ¿Cómo se relacionó entre Israel la santidad teocrática con la santidad ética?
2. ¿Cómo se relacionaban las purificaciones rituales con la santificación?
3. ¿Quién es el sujeto de la santificación, el viejo hombre, el nuevo o ninguno de los dos?
4. ¿Afecta por igual la santificación en esta vida a todas las partes del hombre?
5. ¿En dónde comienza el proceso de la santificación?
6. ¿Experimentan todos los cristianos un progreso rápido en la santificación?
7. ¿Cuál es la diferencia entre santificación y mejoría moral?
8. El hecho de que la santificación nunca se complete en la vida, ¿conduce por necesidad a la doctrina del purgatorio, o a la de que la santificación continúa después de la muerte?
9. ¿Cómo concibió Wesley la "entera santificación"?
10. ¿Coloca también Barth la santidad entre las cualidades éticas del creyente
11. ¿Cuáles son los pasajes bíblicos que prueban que el cristiano no está libre de la ley considerada como regla de vida?
12. ¿Enseñan los protestantes en general que las buenas obras no son necesarias?
13. ¿Qué diferencia hay entre católicos romanos y protestantes en cuanto a la necesidad de las buenas obras?
14. ¿Se demuestra sabiduría al decir sin autorización ninguna que las buenas obras son necesarias para la salvación?

15. Si todos los cristianos son herederos de la vida eterna, ¿en qué sentido se tomarán sus buenas obras como medida para darles recompensas?